Aquella
noche, nosotros dos junto a la luna, uno frente al otro y con una luz tenue que
insinuaba nuestras siluetas, nos mirábamos a los ojos y penetrábamos en ellos,
tú en los míos y yo en los tuyos, así, sin más… sin palabras.
Esa
noche, mientras titubeaba la luna llena, las nubes iban y venían como queriendo
ser testigos de nuestra realidad. Era emocionante ver como competían por
nosotros, la luna nos llenaba de esa luz brillante que luce cuando está
completamente llena, y las nubes intentando apagar esa luz cegadora y dejarnos
a media luz, dónde nuestras figuras apenas se distinguieran para crear un
entorno privado, nuestro… de los dos.
No
sería fácil olvidar esa noche, tu mirada tierna acompañada de tus movimientos
instintivos y muy sensuales, contrastaban
con mi voz temblorosa y mis expresiones algo torpes, por no decir que se me
habían olvidado las palabras.
Creo
que las nubes se apiadaban de mí y mitigaban la luz cegadora de la luna para
que no repararas en esas torpezas.
Siempre he creído ser una persona tranquila y serena, pero esa noche me transformé, si, en alguien que ni yo había conocido hasta entonces. Insegura de mis actos, balbuceante en mi voz -cuando salía-, tenía ausencia de palabras, pero aún así, la recuerdo con nostalgia.
Me
enseñaste a reconocer mis errores, y que esa noche parecían estar aliados
contigo, me infundiste el ánimo necesario para que poco a poco dejara escapar
esa timidez y sucumbiera a la confianza
sin rubor alguno, pero con algún sonrojo que otro ¡para que negarlo !.
Sí,
fue aquella noche donde empezó todo.
Ese
cariño, que empezó con torpeza, me llenó de alegría y felicidad. Era genial sentirse deleitada por atenciones
que nunca antes tuviste. ¡Que bonito!, sencillo y muy especial, como todo lo
que trajiste a mi vida.
Esa
noche, la emoción me embargaba y quedé supeditada al entorno que traicionó mi
confianza. Pero no la culpo, al contrario, la felicito… porque me devolvió una
parte de la vida que ignoraba o no quería ver.
Esa
parte de la vida, de mi vida, no se puede olvidar… porque la luna y las nubes,
cada día me la recuerdan. Me recuerdan quién somos, como somos y el cariño que
nos tenemos, y lo seguirán haciendo mientras la noche siga siendo el testigo de
los dos.