A una edad temprana ya admitía
mi soledad, pero surgió lo inesperado e inimaginable, y aunque no ocurrió de
repente, afectó por completo a mi vida sin saber con exactitud lo que estaba
sucediendo
En aquel
entonces, me sentía como una niña, siempre cantando, sonriendo, expresando mi
alegría, sin importarme el lugar o personas que hubiera en el mismo, y como
no, la sonrisa de mis ojos dejaba
entrever mi júbilo.
No era la
primera vez, que sentía ese tipo de energía y vigor que me trasladaba a un
mundo de ensueño, no había maldad a mi alrededor. ¿que pasaba?, todo el mundo
era feliz, dichoso, o por lo menos, a mí me lo parecía.
Creía tener
unos duendecillos en mi estómago, alborotados y desplazándose de un punto a
otro de mi aparato digestivo...
¡Qué feliz
era!
Me sentía
genial, pletórica, rebosaba alegría por doquier y era tal mi vitalidad, que no
sentía dolor alguno, todo eran
atenciones, cuidados, arrumacos y consideraciones.
No obstante,
un día...volvió a suceder.
Retornó la
apatía, el desasosiego, y esa espada blandiéndose en el aire, fue a parar a mi
estómago y mató los duendecillos.
Se hizo el
silencio.
Se fue la niña
alegre, que cantaba y sonreía, sin duendecillos no había ilusión, volvió la
tristeza, y con ella, la visión de un
mundo cruel y tirano que no le importa hacer daño a un ser, que había
creado una ciudad en las nubes.
¡Ay! ¡Pobres
duendecillos!
Una indecisión
fue la causante del quebranto de ese
amor, parecía duradero ¡o eso creía yo!, más, fue toda una revelación.
Una
manifestación insensible del que no se quiere involucrar, fue la autora de esta
historia que no llegó a su final.
Rubricada, me quedó su huella en la piel, como un
tatuaje eterno y sin resolver.
Ya no soy la
misma.
Ahora, vuelvo
a admitir mi soledad, no ocurrió de repente, pero afectó por completo a mi vida
sin saber con exactitud lo que estaba sucediendo.
Aprendí a
valorar mis sentimientos, a crearme nuevos sueños y establecer la esperanza
plena.
Y, aunque no
fue tarea fácil, creé unos geniecillos, que animaron, deleitaron y
entusiasmaron, la ilusión desvanecida.